Hoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Pero más que
para alertar de los continuos atropellos que se producen a diario y que tratan
de impedir que los periodistas ejerzamos nuestra profesión con totales garantías, lanzamos un grito desesperado.
Este jueves nos manifestamos porque lo que está en riesgo
son nuestros puestos de trabajo. Llevamos cuatro años informando de la crisis
en todos los sectores, mientras el nuestro la padece de manera furibunda.
Prescindiré aquí de hacer un discurso victimista, acusando a
la sociedad de no haber mirado hacia nosotros. Bastante tiene la sociedad con
la que está cayendo. Pero al fin y al cabo somos trabajadores, y como tales
estamos sujetos a los vaivenes que se producen en el contexto social para el
que informamos.
De acuerdo, es posible que no siempre hagamos nuestro
trabajo todo lo bien que sería deseable. Y que una parte muy concreta del
periodismo, aunque me resisto a ponerle a ese trabajo la etiqueta de ‘periodístico', haya levantado tal polvareda que sea imposible ver al resto que estamos detrás.
Pero créanme, somos mayoría. Y tratamos a diario de cumplir
nuestras obligaciones de la forma más honesta y seria posible. Desgraciadamente, sobre esa parte de la
profesión está recayendo de la forma más cruel los efectos de la crisis
económica.
Hay quien se ha apresurado a
desgranar las posibles causas de la desconexión entre la prensa y la
sociedad. Entre ellas, las redes sociales. No seré yo quien niegue que
la aparición de métodos alternativos de información (como Twitter) haya
provocado que la figura del periodista se desfigure.
Pero no nos engañemos. Al final, siempre hace falta un profesional
que aporte valor añadido a las informaciones, que las contextualice, que
investigue, que nos enseñe otro punto de vista y que se esmere en lograr un
texto, una pieza de televisión o una crónica de radio redonda. Esas
informaciones que, cuando las leemos, vemos o escuchamos, nos transportan. Y
nos informan.
Si por algo es triste la crisis para los periodistas es
porque, para casi todos los que nos dedicamos a esto, el periodismo es más que
un trabajo. Sin intención de menoscabar el amor que otros puedan sentir por su
profesión, estoy seguro de que hay pocos
oficios que sean tan amados por quienes lo ejercitan como el nuestro.
Quizá por eso, antes de la crisis, ya soportábamos sueldos
míseros y condiciones inasumibles.
Ahora, cuando España es una máquina de destruir puestos de trabajo, algunos ya
ni siquiera tenemos claro eso.
Por ello, quiero acabar este texto pidiendo disculpas. Hace
algunos meses, de noche, me tropecé con un grupo de estudiantes de periodismo
que estaban celebrando el fin de sus prácticas en un medio de comunicación.
Estaban con un buen amigo, que me pidió mi opinión sobre la situación actual
del oficio.
Y entonces hice aquello que siempre odié. Desgrané una
retahíla de motivos por los que, a mi juicio, era un error dedicarse a esto. A
ellos muestro mis excusas. Quién soy yo, que a pesar de llevar un año en paro
sigo amando este trabajo tanto como el primer día, para desmoralizar a alguien
que ni siquiera ha empezado todavía.
Con ellos, con los que empezaron hace años y con los que lo
hicimos hace algo menos, construiremos el modelo periodístico del futuro. Ese
modelo será un reflejo de la España resultante del actual momento de crisis,
desde todo punto de vista. Porque no olvidemos que el periodismo no deja de ser
un reflejo de la sociedad para la que informa.