jueves, 3 de mayo de 2012

Una realidad ajena


Hoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Pero más que para alertar de los continuos atropellos que se producen a diario y que tratan de impedir que los periodistas ejerzamos nuestra profesión con totales garantías, lanzamos un grito desesperado.

Este jueves nos manifestamos porque lo que está en riesgo son nuestros puestos de trabajo. Llevamos cuatro años informando de la crisis en todos los sectores, mientras el nuestro la padece de manera furibunda.

Prescindiré aquí de hacer un discurso victimista, acusando a la sociedad de no haber mirado hacia nosotros. Bastante tiene la sociedad con la que está cayendo. Pero al fin y al cabo somos trabajadores, y como tales estamos sujetos a los vaivenes que se producen en el contexto social para el que informamos.

De acuerdo, es posible que no siempre hagamos nuestro trabajo todo lo bien que sería deseable. Y que una parte muy concreta del periodismo, aunque me resisto a ponerle a ese trabajo la etiqueta de ‘periodístico', haya levantado tal polvareda que sea imposible ver al resto que estamos detrás.

Pero créanme, somos mayoría. Y tratamos a diario de cumplir nuestras obligaciones de la forma más honesta y seria posible. Desgraciadamente, sobre esa parte de la profesión está recayendo de la forma más cruel los efectos de la crisis económica.

Hay quien se ha apresurado a  desgranar las posibles causas de la desconexión entre la prensa y la sociedad. Entre ellas, las redes sociales. No seré yo quien niegue que la aparición de métodos alternativos de información (como Twitter) haya provocado que la figura del periodista se desfigure.

Pero no nos engañemos. Al final, siempre hace falta un profesional que aporte valor añadido a las informaciones, que las contextualice, que investigue, que nos enseñe otro punto de vista y que se esmere en lograr un texto, una pieza de televisión o una crónica de radio redonda. Esas informaciones que, cuando las leemos, vemos o escuchamos, nos transportan. Y nos informan.

Si por algo es triste la crisis para los periodistas es porque, para casi todos los que nos dedicamos a esto, el periodismo es más que un trabajo. Sin intención de menoscabar el amor que otros puedan sentir por su profesión,  estoy seguro de que hay pocos oficios que sean tan amados por quienes lo ejercitan como el nuestro.

Quizá por eso, antes de la crisis, ya soportábamos sueldos míseros  y condiciones inasumibles. Ahora, cuando España es una máquina de destruir puestos de trabajo, algunos ya ni siquiera tenemos claro eso. 

Por ello, quiero acabar este texto pidiendo disculpas. Hace algunos meses, de noche, me tropecé con un grupo de estudiantes de periodismo que estaban celebrando el fin de sus prácticas en un medio de comunicación. Estaban con un buen amigo, que me pidió mi opinión sobre la situación actual del oficio.

Y entonces hice aquello que siempre odié. Desgrané una retahíla de motivos por los que, a mi juicio, era un error dedicarse a esto. A ellos muestro mis excusas. Quién soy yo, que a pesar de llevar un año en paro sigo amando este trabajo tanto como el primer día, para desmoralizar a alguien que ni siquiera ha empezado todavía.

Con ellos, con los que empezaron hace años y con los que lo hicimos hace algo menos, construiremos el modelo periodístico del futuro. Ese modelo será un reflejo de la España resultante del actual momento de crisis, desde todo punto de vista. Porque no olvidemos que el periodismo no deja de ser un reflejo de la sociedad para la que informa.