En Canarias venimos escuchando desde hace más de una década,
y desde distintos ámbitos de la sociedad, que las Islas son un territorio casi paradigmático para el desarrollo de las energías renovables. Los incontables
días de sol, las horas de viento y la siempre presente fuerza del mar
constituyen un regalo que la naturaleza ha entregado al Archipiélago.
Esta potencialidad no ha sido pasada por alto en el discurso
de todos los representantes de la clase política. Pero a la vista del actual nivel de desarrollo
de las energías renovables en Canarias, cabe preguntarse si han hecho algo para
conseguirlo.
Atendiendo a los datos del Plan Energético de Canarias –documento aprobado por el Parlamento en 2007 y que marca las líneas estratégicas del sector con un
horizonte marcado en el año 2015- la fuente principal de energía en la que se
apoya el sistema en las islas es el petróleo. Las renovables aportan al denominado
mix energértico un exiguo 0,6 por
ciento del total.
Dentro de tres años este panorama debería transformarse con
un incremento de las ‘energías limpias’ hasta el 8,1 por ciento. Al mismo
tiempo se prevé la reducción del petróleo del 99 por ciento actual al 72 por ciento. El 20 por ciento restante
del sistema energético se apoyará en una nueva fuente de energía en Canarias no exenta de polémica: el gas.
Estos datos, que no son nuevos, sí se producen en un nuevo
contexto: la aprobación de las prospecciones petrolíferas frente a las costas
de Lanzarote y Fuerteventura. Esta decisión del Gobierno de España, que ha
lanzado a las calles a miles de canarios contrarios a estos sondeos, parece
haber disipado la verdadera cuestión de fondo: el modelo energético al que
aspiramos en Canarias.
Este es el escenario en el que surge la conexión danesa. El país
nórdico se ha marcado un objetivo que a simple vista parece inasumible:
prescindir en 2050 de los combustibles fósiles. Podría resultar contradictorio
que esta decisión la haya tomado una nación que dispone precisamente de estos
recursos, que explota en el Mar del Norte.
Sin embargo, como explica el catedrático de Planificación
Energética danés Henrik Lund, les resulta igual de rentable exportar gas y
petróleo que vender la tecnología con la que fabricar aerogeneradores y otros
dispositivos de aprovechamiento de la energía que aporta la naturaleza.
Lund recuerda que tras las dos grandes crisis del petróleo
en los años 70, Dinamarca se vio obligada a restringir el uso del vehículo privado ante la escasez
total de carburante. Desde entonces, a pesar del incremento de la demanda, han
conseguido estabilizar el consumo de esta fuente, que han ido compensando sobre
todo con el desarrollo de energías limpias.
Si disponemos del maná de las renovables, ¿por qué el
Parlamento canario no se atreve a dar el paso y a fijarse un objetivo a medio
plazo de potenciación de las energías limpias más ambicioso que el 8 por ciento
previsto para 2015 en el Pecan? ¿Por qué no se potencia una verdadera industria
en torno a estas energías más allá de proyectos puntuales como el previsto para
la Isla de El Hierro o el sur de Gran Canaria?
Con los actuales objetivos no solo dependeremos de las
energías fósiles en un 90 por ciento, sino que no estaremos garantizando una
eventual incidencia que pueda afectar a los países suministradores, dado que el
crudo que pueda llegar a extraerse frente a Canarias no tendrá un impacto real en
la dependencia energética de las Islas. Copiemos el modelo danés. Marquemos
objetivos más amplios que los actuales.
UN PLANETA ENFERMO
Por otra parte, la combustión de gas y petróleo, que provoca la liberación
de CO2 a la atmósfera, está generando estragos en la Tierra. El profesor
Michael McElroy, catedrático de Estudios Medioambientales en Harvard, no duda cuando
afirma que este año no ha habido invierno en los Estados Unidos. Por momentos,
las temperaturas han sido en algunos puntos de la geografía americana tan
cálidas como en verano.
Al mismo tiempo, se están produciendo fenómenos anormales a
lo largo del globo terráqueo, como devastadoras inundaciones en Australia,
inusuales olas de frío en Europa o la ausencia de lluvias allí donde eran más
frecuentes.
“Vivimos un momento crítico para este planeta. No solo se
está calentando, sino que la contaminación del suelo genera un verdadero problema
alimentario”, alerta McElroy, que recuerda que las previsiones indican que en
2020 habrá en la tierra alrededor de 10.000 millones de habitantes.
Esto tendrá, a su juicio, una consecuencia directa en
grandes migraciones en busca de zonas donde las personas puedan alimentarse. Sin
embargo, este propósito no será fácil de conseguir. “Antes si cambiaba el clima
la gente migraba; pero ahora no se puede, porque nos topamos con las fronteras”,
recuerda.
Este catedrático apunta hacia la presión que ejercen sobre el
consumo de este tipo de combustibles Estados Unidos, China o Asia, estos dos últimos en plena fase de desarrollo,
países que renuncian por el momento a instalarse en el discurso ‘verde’
asumido, con más o menos intensidad, por otra parte del planeta.
En este sentido, McElroy señala que lejos de renunciar a las
energías fósiles e investigar en fuentes alternativas, las grandes compañías del
sector han invertido en métodos que permitan la extracción en yacimientos
petrolíferos que, por su situación, eran descartados hace algunos años.
Michael McElroy y Henrik Lund han participado este martes en
el VII Seminario Internacional de Comarcas Sostenibles en Agüimes (Gran
Canaria)
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