Desde hace años se ha criticado a los políticos sus alambicados
discursos, que en la mayoría de las ocasiones persiguen no decir a las claras
lo que saben que nadie quiere oír. En tiempos de crisis este galimatías se intensifica
hasta extremos cuasi cómicos, en los que a la caída de la actividad económica
se le llama crecimiento negativo y a
los despidos redimensión de plantilla.
Podemos preguntarnos si este proceder es censurable o no, toda
vez que los receptores últimos de dichos mensajes son precisamente los
ciudadanos, quienes con sus votos han de elegir cada cuatro años cuáles de esos
mismos oradores les representarán. ¿Debemos criticar que se dificulte el mensaje
que nos hacen llegar detrás de un eufemismo permanente?
En este post dejaré un lado la respuesta a esa pregunta (que cedo a la libre reflexión del lector) y pasaré a citar algunos de los ejemplos
que más me han llamado la atención. Vaya por delante que tras cuatro años de intenso período de ajuste -es decir, de
crisis económica- no me ha costado demasiado dar con ellos.
Desde 2008 la
economía no decrece, cae o baja, sino que se
desacelera, pierde fuelle o se estanca. El ministro de Economía, Luis de Guindos, no
quiso reconocer esta misma mañana que seguirá habiendo despidos hasta final de
año. Bueno, en realidad sí lo hizo, pero
optó por una fórmula mucho más delicada: “El empleo se estabilizará a final de
año”, dijo.
Cuando ante una negociación no existe acuerdo, o
directamente lo que existe es desacuerdo, los portavoces de uno y otro bando
rehúyen usar tal palabra. En esos casos lo que ocurre es que confluyen distintas sensibilidades o puntos de vista divergentes que
normalmente podrán ser limados en los días siguientes a la declaración pública
(hasta que la sociedad lo olvide, vaya).
A la tan nombrada implantación del copago sanitario no se le
llama tal, sino pago progresivo, que
justamente no es otra fórmula que el pago obligado (a una parte de la población)
del servicio sanitario que se le facilita. Es decir: copago. De acuerdo, para aquellos que gozan de unas
rentas más altas, pero copago al fin y al cabo.
Aunque se escapa del ámbito puramente idiomático, cabe resaltar
un episodio que me llamó la atención hace un par de semanas. Sucedió en la
rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros en la que el ministro de
Industria, José Manuel Soria, anunció los incrementos en la factura de la luz.
En un alarde de picardía, el ministro no dijo lo que todos
hubieran entendido a las claras: “La factura de la luz experimentará una subida
en los hogares españoles de un siete por ciento”. Soria optó por decir que lo
que subiría en ese mismo porcentaje sería “la tarifa de último recurso”. Ahí
queda eso, amigos.
¿Se imaginan trasladar esta forma de hablar a otros campos
de nuestra vida? La próxima vez que vaya a la compra apelaré al tendero para
que instaure una progresividad que como consumidor me habilite para acceder a un precio más competitivo debido a la falta
de liquidez de mi economía doméstica provocada por mi actual condición de
demandante de empleo. O lo que es lo mismo, le diré que me cobre menos
porque estoy en el paro y no llego a fin de mes (lo que empieza a ser cierto).
Más allá del cariz
cómico que tiene este post, sí hay algo que considero que es importante
resaltar. En estos momentos, en los que los políticos tratan de forzar el
idioma hasta el infinito para que parezca que no están diciendo lo que sí están
diciendo, es necesario potenciar la figura del periodista.
Éste no debe caer en la retórica que aquellos usan, por lo
que el profesional de la información debe llamar a cada cosa por su nombre. Hay
quien considera que esto resta empaque o brillantez a su trabajo. Otras veces
esta mimetización idiomática responde al desconocimiento de la economía y a su
campo semántico para jugar al despiste.
Seamos más eficientes
y apostemos por la excelencia con el fin de superar el déficit estructural que
atraviesa nuestra profesión.
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